CÓMO ALIMENTARNOS SEGÚN NUESTRA EDAD - LACTANTES



El primer año de vida es, desde el punto de vista nutricional, crítico, ya que el crecimiento y desarrollo son los más rápidos del ciclo vital y el bebé es más inmaduro y vulnerable de lo que va a serlo nunca. No hay que olvidar que los bebés tienen que doblar el peso del nacimiento a los cuatro meses y triplicarlo al año, por lo que es especialmente importante asegurarle una alimentación suficiente y adecuada, con el triple objetivo de satisfacer sus necesidades nutritivas, prevenir y/o tratar diversas situaciones patológicas y crear unos hábitos alimentarios adecuados.

CARACTERÍSTICAS FISIOLÓGICAS

Las indicaciones de alimentación durante el primer año deben considerar no sólo los requerimientos nutritivos de esa edad sino también las características de maduración y desarrollo de los sistemas neuromuscular, gastrointestinal, renal e inmunológico, de modo que se establezca una transición gradual desde la alimentación al pecho materno hasta la dieta mixta habitual del niño mayor y del adulto.
Hay que tener presente que, aunque se trate de un recién nacido con un peso, talla y nivel psíquico adecuado, el organismo presenta limitaciones ya que no está completamente desarrollado. Además, se une el hecho de que, como consecuencia del ritmo acelerado de crecimiento, las necesidades nutritivas en esta etapa son muy altas. Las limitaciones que presenta el organismo, sano pero en fase de desarrollo son las siguientes:
El sistema digestivo. El neonato tiene riñones inmaduros que incrementan su tamaño y funcionalidad en las primeras semanas de vida. Estos órganos duplican su peso hacia los seis meses y lo triplican hacia el año de edad. La función renal es óptima cuando la alimentación aporta suficiente cantidad de agua y una baja carga renal de solutos (sustancias disueltas en líquido: sales minerales, glucosa…), como es el caso de la leche materna. Sin embargo, la ingesta de leche de vaca o de fórmulas infantiles mal preparadas en los primeros meses de vida, así como vómitos y/o diarreas persistentes alteran la función renal.
La capacidad gástrica del lactante aumenta de 10 a 20 mililitros en el nacimiento hasta 200 al primer año, lo que le permite consumir comidas más abundantes y menos frecuentes. La velocidad de vaciamiento es relativamente lenta, dependiendo del volumen y la composición de la comida.
El páncreas no secreta o secreta bajos niveles de ciertas enzimas necesarias para culminar el proceso digestivo. El hígado está asimismo finalizando la maduración de muchas funciones, como la capacidad de formar glucosa, de sintetizar ácidos biliares (necesarios para la digestión de las grasas), etc.
La digestión de hidratos de carbono ocurre principalmente en el intestino delgado. El recién nacido tiene enzimas que le permiten digerir adecuadamente azúcares sencillos como la lactosa (azúcar de la leche), sacarosa (azúcar común) y algunos oligosacáridos; sin embargo posee bajos niveles de la enzima amilasa salival y sólo un 10% de la actividad de amilasa pancreática lo que limita la capacidad para digerir hidratos de carbono complejos (harinas, cereales) antes de los tres ó cuatro meses de edad.
La digestión y absorción de proteínas funcionan eficientemente en recién nacidos y en prematuros, sin embargo, debe evitarse una ingesta excesiva porque esto implica un sobreesfuerzo renal de consecuencias negativas. La capacidad para absorber proteínas en los primeros meses permite el paso de inmunoglobulinas (anticuerpos que pasan de la madre al bebé) de la leche materna, pero si se incorporan proteínas extrañas (leche de vaca, pan…), con capacidad antigénica se aumenta el riesgo de desarrollo de alergias alimentarias (véase más abajo: Lectura recomendada: Prevención de alergias alimentarias).
La digestión y absorción de grasas es deficiente en el recién nacido y en el prematuro debido a que la actividad de ciertas enzimas pancreáticas y la cantidad de sales biliares son insuficientes. Esta baja actividad se compensa especialmente por una lipasa específica contenida en la leche materna que se activa al llegar al duodeno (porción del intestino delgado próxima al estómago), lo que no ocurre cuando la leche materna es reemplazada por fórmulas lácteas.
El sistema renal. Generalmente a base de arroz, pasta, verduras con patata, legumbres en puré. El valor nutritivo de este primer plato es el aporte energético, principalmente a partir de los hidratos de carbono complejos. Es importante acostumbrar a los niños a tomarlo porque las necesidades energéticas son las primeras que deben cubrirse si se quiere que las proteínas de los alimentos cumplan en el organismo la función de formar tejidos y favorecer el crecimiento. Si esto no se tiene en cuenta, el organismo utilizará las proteínas para resolver sus necesidades energéticas y se estará llevando a cabo una alimentación desequilibrada.
El sistema nervioso. Tras el nacimiento se sigue desarrollando. Durante los primeros cuatro meses, el cerebro aumenta su volumen a razón de dos gramos al día.
El sistema inmunitario. El bebé no va a producir por si mismo anticuerpos que le protegen frente a infecciones y contaminaciones hasta la cuarta o sexta semana de vida. Por ello es tan importante la leche materna, que le transfiere inmunoglobulinas a diferencia de las fórmulas infantiles adaptadas.
La digestión y absorción de grasas es deficiente en el recién nacido y en el prematuro debido a que la actividad de ciertas enzimas pancreáticas y la cantidad de sales biliares son insuficientes. Esta baja actividad se compensa especialmente por una lipasa específica contenida en la leche materna que se activa al llegar al duodeno (porción del intestino delgado próxima al estómago), lo que no ocurre cuando la leche materna es reemplazada por fórmulas lácteas.

RITMO DE CRECIMIENTO Y DESARROLLO

Ciertos parámetros antropométricos orientan y sirven para comprender porque las necesidades nutritivas en esta etapa son proporcionalmente tan superiores a las de la persona adulta.
Peso: El peso del niño al nacer viene determinado por el peso de la madre previo a la gestación, la duración del embarazo y ganancia de peso durante el mismo, y oscila entre los 2,5 y 3,5 kilos. Durante el primer año de vida se triplica el peso del nacimiento. Se estima una ganancia ponderada mínima de unos 24 gramos al día, es decir, 1 gramo/ hora los primeros meses. En valores absolutos los aumentos de peso son de 7 kilos el primer año y 2,5 kilos el segundo. Es normal que el neonato pierda peso en los primeros días de vida extrauterina, que recupera entre los 8 y los 12 días siguientes.
Talla: Pasa de 45-50 centímetros (cm) al nacimiento a 75-80 cm al año de vida (aproximadamente unos 25 cm), lo que significa un aumento del 50% de talla respecto al nacimiento. En el segundo año sólo aumenta unos 15-25 cm, y después unos 7-10 cm por año.
Dentición: Normalmente comienza sobre los 6-8 meses. Si la salida de los dientes se retrasa y no se observan problemas de crecimiento óseo, puede tratarse de una característica genética familiar.
Desarrollo psicomotor: Hacia los 12-14 meses permite al niño iniciar la marcha y relacionarse con el entorno.
Desarrollo de los sentidos: La alimentación juega un papel muy importante en el desarrollo del gusto, olfato, vista e incluso tacto y oído.

PAUTAS PARA ALIMENTARSE BIEN

Las pautas nutricionales para esta edad vienen marcadas por las recomendaciones e informes técnicos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el Comité de Nutrición de la Academia Europea de Pediatría y el Comité de Nutrición de la Sociedad Europea de Nutrición y Gastroenterología Pediátrica (ESPGAN), y se adaptan a tres etapas bien diferenciadas:
Periodo lácteo. Por ser la leche el único alimento, sea leche humana o artificial. Desde el nacimiento hasta los 4-6 meses aproximadamente. Durante este período, el lactante es capaz de succionar y deglutir, pero aún no ha desarrollado la capacidad de digerir ciertas proteínas y sus riñones no están completamente desarrollados.
Periodo de transición, destete o BEIKOST. La edad mínima para iniciar el Beikost es a partir del quinto o sexto mes de vida. En este periodo se van introduciendo con prudencia alimentos no lácteos, preparados de forma adecuada, en consistencia y cantidad, para no alterar el ritmo de maduración digestiva y renal, así como el progresivo desarrollo neuromuscular.
Periodo de maduración digestiva. La alimentación se debe de adaptar a la capacidad digestiva y al estado de desarrollo fisiológico, haciendo paulatina la introducción de nuevos alimentos.

EVOLUCIÓN DEL COMPORTAMIENTO HACIA LOS ALIMENTOS

Tanto la madre como el bebé adquieren en el centro hospitalario donde ha nacido un cierto ritmo de alimentación. Sin embargo, este puede no ser el que al neonato le apetezca por naturaleza, por lo cual durante la primera semana en casa, la madre suele encontrarse con exigencias que no tenía en el hospital y que le supondrán modificar las horas en que debe darle de mamar, la duración de cada toma y hasta la forma en que debe hacerse.
Al nacer, el niño está preparado para recibir alimentos líquidos, lo que realiza con la ayuda de los reflejos de succión y deglución que permiten la extracción de la leche y su paso hacia el estómago. Sin embargo, los alimentos sólidos o semisólidos son rechazados por el empuje de la lengua o reflejo de extrusión, el cual desaparece entre los cuatro y seis meses, haciendo posible el inicio de la alimentación complementaria. Alrededor de los siete u ocho meses empiezan a aparecer movimientos rítmicos de masticación, lo que junto a la aparición de los primeros dientes permite la incorporación gradual de alimentos semisólidos y la participación creciente del niño en el acto de alimentarse. Entre los nueve y los doce meses coge pequeños alimentos y comienza a autoalimentarse. Así muestra capacidad para llevarse comida por sí solo a la boca aunque es incapaz de comer por sí sólo hasta al menos dos años de edad, momento en que también está establecida totalmente la visión, lo que permite una coordinación óculo–motora completa.
Durante este periodo se debe favorecer el desarrollo de los sentidos de modo que se puede pasar de succión a cuchara, lo que permitirá paladear mejor, y cambiar la textura, de líquido a triturado, y cuando ya tenga dientes a troceado.
A partir del segundo semestre, es primordial enseñar a comer en el sentido más amplio del término, desde masticar hasta la adquisición de hábitos alimenticios correctos.

LACTANCIA MATERNA

El recién nacido no nace sabiendo mamar, nace con capacidad para aprender a mamar, y desarrolla esta capacidad cuando se le facilita la experiencia en las primeras 48 horas de vida. El reflejo de succión tiene la máxima respuesta a los veinte-treinta minutos después del parto y este momento debería ser aprovechado.
El éxito de la lactancia depende en parte de una buena predisposición y convencimiento por parte de la madre; un entorno familiar, social y laboral facilitador; la succión del recién nacido que estimula la secreción y la adecuada alimentación de la madre, para poder garantizar el volumen y la calidad de la leche que satisfaga las necesidades del bebé.
Durante este periodo se debe favorecer el desarrollo de los sentidos de modo que se puede pasar de succión a cuchara, lo que permitirá paladear mejor, y cambiar la textura, de líquido a triturado, y cuando ya tenga dientes a troceado.
La leche materna debe ser la principal fuente de alimento a esta edad, exclusiva en los primeros meses, ya que la leche de mujer evoluciona y se adapta perfectamente a las necesidades nutricionales y las características digestivas de los lactantes hasta la introducción de la alimentación complementaria. No tiene la misma composición al principio de la lactancia, que una vez que esta ya se ha establecido, y tampoco es igual al principio de cada toma que al final de la misma.
La leche materna pasa por las siguientes etapas:
Calostro: Es la primera segregación, un fluido amarillento y algo cremoso que se produce durante los 3 ó 5 días después del parto. Contiene más proteínas, vitaminas liposolubles y minerales que la leche madura, y es particularmente rico en inmunoglobulinas (inmunoglobulina A o IgA), muy importante para la inmunidad del niño frente a infecciones o contaminaciones en este periodo, donde presenta inmadurez. La fórmula adaptada para lactantes no contiene IgA, por lo que si el bebé no la ha obtenido del calostro materno, se ve favorecido el paso de alergenos (sustancias que provocan reacciones alérgicas) a través del intestino.
Leche de transición: Es más acuosa, de un color blanco azulado y reemplaza al calostro. Contiene mayores niveles de grasa, lactosa, vitaminas hidrosolubles y calorías que el calostro, acercándose en su composición a la leche madura.
La frecuencia y la duración de las tomas.
La frecuencia y duración de las tomas de pecho dependen, según los especialistas, de la demanda del bebé. Por ello, es fundamental dejarse asesorar por un equipo de profesionales sanitarios.
Durante los primeros días de vida, el bebé suele reclamar alimento entre ocho y diez veces diarias, pero progresivamente se establecerá en un ritmo de seis tomas diarias, separadas normalmente por intervalos de alrededor de 3 horas. La madre ha de procurar que las tomas sean cortas, alrededor de 20 minutos por pecho con el fin de evitar las grietas.
No todos los bebés tienen, por descontado, las mismas necesidades y es absurdo imponer a todos el mismo ritmo.
Deberá tener paciencia durante las primeras semanas hasta que se establezca el ritmo de tomas conveniente, y tratará de descansar, ya que la falta de sosiego puede incidir tanto en su estado nervioso como en la producción de leche.
Todo bebé, al tomar el pecho o el biberón, traga una cantidad de aire que le dilata el estómago y suele molestarle. Es por ello que se los incita a eructar una vez terminada la ingestión de leche. También es frecuente que, por distensión del estómago, tengan hipo mientras maman, o una vez terminada su comida. El hipo no debe ser motivo de preocupación porque sólo será pasajero. Transcurridos unos minutos, se le irá con la misma facilidad y rapidez con que le sobrevino.

LACTANCIA ARTIFICIAL: FÓRMULAS ADAPTADAS

Si por cualquier motivo justificado, la lactancia materna no es posible, se hace necesario utilizar leche artificial. La necesidad de responder a las necesidades específicas del recién nacido obliga a modificar la leche de vaca de tal manera que se parezca lo más posible a la composición nutritiva de la leche materna, en preparaciones denominadas de “fórmula adaptada”, aunque presentan algunas diferencias con ella, tanto cuantitativas como cualitativas.
Es el pediatra quien decide el tipo y la cantidad de leche que ha de tomar el bebé, ya que existen fórmulas con diferentes usos dietéticos o terapéuticos. Así mismo, quién esté a cargo de su alimentación, deberá seguir las instrucciones que figuran en los envases.
Fórmula láctea de inicio: Diseñada para cubrir por sí sola las necesidades del lactante sano hasta los 4-6 meses, siendo las únicas que se pueden aceptar como válidas en caso de fracaso de lactancia materna. Se pueden utilizar como complemento de otros alimentos hasta el año de edad.
Fórmula láctea de continuación: Sustituye a la fórmula láctea de inicio, a partir de los 6 meses, ya que es más apta para el crecimiento y desarrollo del bebé. Deben utilizarse hasta el año de vida y son recomendables hasta los 2 años e incluso los 3 años. Están enriquecidas en hierro y aseguran el aporte diario necesario de este mineral, del calcio y de algunas vitaminas (A, D y E), pues la alimentación complementaria no garantiza cantidades suficientes de estos nutrientes.
Se dispone igualmente de formulas adaptadas para alimentar a los lactantes y niños que requieren una alimentación especial, tales como: leches para prematuros, fórmulas hipoalergénicas, fórmulas sin lactosa, leches vegetales, leches a base de hidrolizados de proteínas, etc.
El biberón: cantidades, asepsia, temperatura…
En la utilización de leches adaptadas es conveniente seguir con minuciosidad las normas de preparación de los biberones, tanto con relación a las proporciones como a la manipulación higiénica.
Dado que la temperatura de la leche materna es de 37° C, sería lógico que el biberón tuviera la misma temperatura. Lo esencial es que no esté nunca demasiado caliente. Para comprobar la temperatura, se dejan caer dos o tres gotas de leche sobre el dorso de la mano y, si fuera necesario, se calienta o se deja enfriar. Por razones de asepsia, nunca se comprobará la temperatura succionando la tetina uno mismo.
Para conseguir una higiene óptima en la manipulación de los biberones, lo recomendable es lavarlos con esmero, utilizando jabón y cepillo, a medida que el bebé termina de usarlos, y guardarlos en un recipiente limpio y con tapa, destinado exclusivamente a ellos. Asimismo, es necesario lavarse las manos con jabón antes de manipular los biberones, así como antes de dárselo al bebé.
Es importante que el bebé se alimente en un clima de tranquilidad, hecho que contribuirá a que establezca con la comida una relación más directa y exclusiva, a la vez que la ausencia de tensión nerviosa le ayudará a hacer una mejor digestión.

DIFERENCIAS NUTRITIVAS ENTRE LA LECHE MATERNA Y LA LECHE DE VACA

Proteínas no alergizantes. La diferencia entre la leche de vaca y la humana radica en que la primera contiene beta-lactoglobulina, ausente en la segunda. Esta proteína es un alergeno potente para los bebés, además presenta una gran resistencia a la digestión ácida del estómago, de manera que es probable que atraviese el intestino sin ser digerida. La leche materna contiene menos caseína, por lo que precipita en finos grumos en el estómago, además, contiene otras proteínas que favorecen la digestión y absorción de las grasas y tienen acción bactericida.
Hidratos de carbono. En la leche materna el principal hidrato de carbono es la lactosa, presente en mayor cantidad que en la de vaca. Este azúcar es transformado en ácido láctico y esta acidez favorece la absorción de calcio, hierro, fósforo y otros minerales. Su concentración no varia a pesar de las modificaciones dietéticas y las condiciones nutricionales de la madre. El resto de azucares de la leche materna (oligosacáridos) favorecen el crecimiento de Lactobacillus bifidus, bacterias que generan un medio intestinal ácido que inhiben el crecimiento de determinados microorganismos patógenos.
Lípidos. Son la principal fuente energética de la leche materna. El contenido en lípidos varía de una mujer a otra, de una toma a otra (tiene más riqueza al final de la mañana y al inicio de la tarde), dentro de la misma toma (contiene 4 veces más lípidos al final de la toma) y aumenta a lo largo de la lactancia. Por lo general, la leche materna es más rica en grasas que la de vaca y más abundante en ácidos grasos insaturados, los cuales ejercen un papel importante en el desarrollo del sistema nervioso. Por otro lado, la leche materna contiene más colesterol que la de vaca, lo que se traduce en una menor síntesis endógena de colesterol.
Vitaminas. La leche materna contiene las vitaminas en la concentración adecuada para los bebés. Una salvedad es la vitamina D, que es complementada por prescripción médica.
Minerales La leche materna es tres veces menos rica en minerales que la leche de vaca, especialmente en sodio, lo cual impide una sobrecarga renal en el lactante. El contenido en calcio y en hierro es menor (conviene complementarlo), pero su absorción es mejor gracias a la acidez intestinal.

VENTAJAS DE LA LACTANCIA MATERNA

En España, la opción por la lactancia natural frente al biberón es muy superior, tras el injustificado abandono masivo que se produjo en la década de 1950, provocado por la idea errónea de que las leches infantiles eran superiores a la propia leche materna. Los conocimientos actuales demuestran que la leche humana incluye al menos un centenar de elementos que no se hallan en las fórmulas que la sustituyen, a pesar de que éstas son correctísimas en cuanto a su composición nutritiva.
Diferentes organismos europeos como la ESPGAN (Sociedad Pediátrica Europea de Gastroenterología y Nutrición) e internacionales de salud como la OMS (Organización Mundial de la Salud) han desarrollado diversos programas para el fomento de la lactancia materna. En concreto, la OMS ha lanzado la iniciativa Hospital Amigo de los Niños para fomentar la lactancia materna exclusiva hasta los 4 ó 6 meses de edad dadas sus importantes implicaciones en la salud.
Ventajas para la salud del niño y de la madre
• La leche materna es el alimento específico cuya energía y nutrientes se hallan en las proporciones adecuadas adaptándose al crecimiento del lactante. De esta forma establece una adecuada regulación de su apetito.
• La lactancia hace que se reduzcan las hemorragias tras el parto y que el útero de la madre vuelva a su forma y tamaño originales más rápido.
• Dar el pecho ayuda a las madres a recuperar el peso previo al embarazo porque la grasa almacenada en el cuerpo durante la gestación se convierte en energía para producir la leche.
• La leche de mujer está a punto en cualquier lugar, a la temperatura idónea, y al fluir directamente del pezón a la boca del bebé, está exenta de manipulaciones y libre de posibilidad de contaminación por los gérmenes ambientales.
• Se ahorra tiempo y se evita la tarea de comprar leche maternizada y de preparar biberones.
• Es la alimentación más económica.
• Refuerza el vínculo afectivo entre madre e hijo.

INTRODUCCIÓN DE LA ALIMENTACIÓN COMPLEMENTARIA, DESTETE O BEIKOST

La leche como alimento único a partir de los seis meses no proporciona la energía y nutrientes que precisa el lactante a partir de esta edad, y además, como sus funciones digestivas han madurado, se debe incluir una alimentación complementaria, siguiendo unas normas regladas.
No se recomienda introducir nuevos alimentos antes de los 5-6 meses, aunque tampoco es aconsejable hacerlo más allá de los seis, porque la falta de diversificación es motivo frecuente de anorexia (pérdida de apetito), a la vez que se desaprovecha una época muy válida para la educación del gusto y la adaptación progresiva a una alimentación equilibrada, variada y suficiente.
A la edad de seis meses, el Beikost no debe proporcionar más del 50% de las calorías diarias.
Al ir haciéndose mayor, se le irá disminuyendo el número de tomas, de forma que de las 6-8 veces al día que suele alimentarse al empezar la lactancia, pasará progresivamente a 4-5 tomas en la segunda mitad del primer año. Ello no debe comprometer el aporte total de leche (materna, de fórmula o productos lácteos equivalentes), que debe mantenerse por encima del medio litro al día.
En esta etapa el aporte de agua es fundamental; al introducir los alimentos sólidos, el aporte hídrico debe aumentarse. Hay que ofrecerles a menudo agua, y más en situaciones de enfermedad, fiebre, diarreas, etc.
La forma habitual de introducir la alimentación complementaria es ir sustituyendo, de una en una, las tomas de leche que recibe el lactante por los distintos componentes de la alimentación complementaria (papilla de cereales, fruta, puré de verdura…); con intervalo suficiente para que el niño vaya aceptando los nuevos alimentos, probando la tolerancia del niño a los mismos antes de introducir uno nuevo y dando tiempo a la adaptación de su organismo. Esto ayudará a los padres a identificar cualquier alergia o intolerancia a alimentos específicos.
Es muy importante en este periodo, permitir que la cantidad de alimento pueda variar de un día a otro y de una semana a otra, según el apetito del niño.
El lactante es especialmente sensible y vulnerable ante transgresiones dietéticas y sus consecuencias son más serias que en el niño mayor y el adulto; puede desarrollar anemia por consumo temprano de leche de vaca, intolerancia a la leche de vaca, celiaquía o intolerancia al gluten y alergias alimentarias.
En este período es de vital importancia la introducción tardía del gluten (proteína presente en trigo, centeno, avena, cebada y triticale o híbrido de trigo y centeno) en la dieta para reducir el riesgo de celiaquía. Es más, cuanto más tardía es la introducción del gluten, más benigno y menos agresivo será el debut de la enfermedad, si es que se produce. Los cereales que no contienen gluten son: arroz, maíz, mijo y sorgo.
También hay que destacar la importancia de retrasar aquellos alimentos más alergénicos como el huevo, el pescado o algunas frutas como la fresa o el melocotón a un momento en que la permeabilidad intestinal sea menor y disminuyan las posibilidades de desarrollar una alergia alimentaria; y en niños con antecedentes atópicos, nunca antes del año.
Es muy importante en este periodo, permitir que la cantidad de alimento pueda variar de un día a otro y de una semana a otra, según el apetito del niño.
El control del peso durante el periodo de lactancia se ha centrado tradicionalmente en la detección de la desnutrición, pero los cambios en el nivel de vida de nuestro país hacen menos frecuente esta circunstancia salvo en enfermedades crónicas, y comienzan a aparecer problemas de sobrepeso y obesidad. En el periodo de lactante, especialmente tras la introducción del “beikost”, debemos estar alerta, ya que si se instaura la obesidad a estas edades será más difícil erradicar este trastorno posteriormente.

Introducción de los nuevos alimentos uno por uno
Los cereales. Se introducirán alrededor de los 5-6 meses y nunca antes de los cuatro. Primero serán sin gluten para evitar sensibilizaciones e intolerancias a esta proteína. A partir de los 7-8 meses se puede dar mezcla de cereales con gluten. A menudo es el primer elemento distinto de la leche que se introduce en la dieta de los lactantes.
Los cereales contribuyen al aporte energético, son fuente de proteínas, minerales, vitaminas (tiamina especialmente), ácidos grasos esenciales e hidratos de carbono de absorción lenta, por lo que permite espaciar más las tomas. No obstante, al tratarse de un alimento calórico, existe riesgo de sobrealimentación si se abusa de su consumo. Para preparar las papillas debe utilizarse la leche habitual y añadir el cereal necesario, manteniendo así el aporte mínimo de 500 c.c. de leche diarios.
Las frutas. Se empezará a partir de los 5 meses con zumo de frutas, y más adelante con una papilla de frutas por su aporte vitamínico, nunca sustituyendo a una toma de leche, sino complementándola. Se deben emplear frutas variadas (naranja, manzana, pera, uva, ciruela), para contribuir a educar el gusto, y es preferible evitar las más alergénicas como fresa, fresón, frambuesa, kiwi y melocotón. Suelen introducirse después de conseguida la aceptación de los cereales, aunque puede hacerse a la inversa. No deben endulzarse con azúcar. No tiene base nutricional ofrecer zumos de fruta antes de los 4 meses y son probables las reacciones adversas.
Las verduras y patatas. Se irán introduciendo a partir de los 6 meses por su aporte de sales minerales. Se deben evitar al principio las verduras con alto contenido en nitratos, como remolacha, espinacas, acelgas y nabos, incluso de cultivo biológico, no introduciéndolas diariamente. No debe aprovecharse el agua de cocción de estas verduras para añadir al biberón. Por ello, al principio se han de preferir patatas, judías verdes, calabacín, etc. para más tarde introducir las demás verduras. Estas deben cocerse con poca agua y en este caso si se puede aprovechar el caldo de cocción, en el que quedan disueltas parte de las sales minerales. Al inicio, se recomienda evitar las flatulentas (col, coliflor, nabo) o muy aromáticas (puerro, espárragos) Conviene añadir una cuchara de postre de aceite de oliva al puré, pero no debe añadirse sal.
Carnes. Preferiblemente las menos grasas, empezando por el pollo y nunca antes de los seis meses, en una cantidad de 10-15 gramos por día y aumentando 10-15 gramos por mes, hasta un máximo de 40-50 gramos, mezclada y batida la carne con patata y verduras. Posteriormente se introduce la ternera, el cordero y otras. Aportan proteínas de alto valor biológico, lípidos, hierro, zinc y ciertas vitaminas. Las vísceras (hígado, sesos, etc.) no tienen ventajas sobre la carne magra y aportan exceso de colesterol y grasa saturada.
Pescados. Nunca comenzar antes de los nueve meses debido a su mayor capacidad de provocar alergia, y si el bebé tiene antecedentes familiares de alergia, incluso hasta pasado el año de edad. A partir de esta edad, el pescado puede sustituir a algunas tomas de la carne. Es conveniente empezar por pescados blancos como merluza, lenguado, rape, gallo, siendo extremadamente cuidadosos con las espinas.

Huevos. Nunca crudos. Se introducirá primero la yema cocida sobre el noveno mes añadida al puré de medio día, para tomar el huevo entero (con la clara) hacia los doce meses. Puede sustituir a la carne. La frecuencia de consumo recomendada es de 2-3 unidades por semana. La yema es buena fuente de grasas, ácidos grasos esenciales, vitamina A, D y hierro. La clara aporta principalmente proteínas de alto valor biológico, pero entre ellas se encuentra la ovoalbúmina, con capacidad de provocar alergia.
Legumbres. Añadidas al puré de verduras a partir de los 18 meses. Si se mezclan con arroz u otros cereales, sustituyen a la carne, y se pueden tomar así hasta dos veces por semana.
Yogures. A partir del octavo mes; natural, sin azucarar como complemento de la merienda, sólo o mezclado con la papilla de frutas.
Azúcares refinados, miel y otros dulces. No es recomendable el consumo de azúcar, pues la dieta del bebé tiene un aporte adecuado de hidratos de carbono. Es muy importante no alimentar a los lactantes con miel ni jarabe de maíz debido a que estos alimentos se han identificado como las únicas fuentes dietéticas de las esporas del Clostridium botulinum y a esta edad no tienen la inmunidad suficiente para resistir el desarrollo de estas esporas causantes del botulismo.
Agua. Mientras el lactante recibe sólo leche materna o fórmula adaptada no requiere líquidos adicionales, salvo en situaciones extremas de calor o pérdidas aumentadas de líquidos (fiebre, diarrea). Por el contrario, ya que la alimentación complementaria supone una mayor carga renal de solutos, no basta con los líquidos aportados por la leche y otros alimentos, y se debe ofrecer al niño agua con frecuencia.
La leche de vaca. Nunca se introducirá antes del año, y cuando se incluya en la dieta deberá ser entera, por su aporte de vitaminas liposolubles (solubles en grasa) y grasas, salvo que haya recomendación médica que especifique otra cosa.

ES UN ERROR...

AÑADIR SAL A LAS PREPARACIONES DE ALIMENTOS

El bebé tiene unas necesidades de sodio inferiores a las de las personas adultas. No es preciso añadir sal, ya que el bebé satisface las necesidades de dicho mineral a través del sodio que contienen los alimentos de forma natural. Por otro lado, el niño se acostumbra a aceptar los platos con este grado de palatabilidad bajo en sal, disminuyendo consecuentemente la ingesta de la misma a lo largo de la vida.
Una correcta educación del paladar desde la infancia, potenciando el gusto propio de los alimentos, evitaría los dificultosos cambios de hábitos a los que se ven obligados quienes precisan reducir la cantidad de sal en su dieta diaria.

ABUSAR DEL AZÚCAR

Habituemos al niño a comer productos lácteos y compotas en su estado natural, sin adición de edulcorantes. La introducción frecuente de sacarosa (azúcar común) comienza a habituar al niño a los alimentos de sabor dulce, siendo este azúcar uno de los agentes responsables del desarrollo de caries dental, además del peligro de desequilibrio nutritivo que comporta la frecuencia de ingesta de alimentos edulcorados, que desplazan a otros más nutritivos.
Es muy común que lactantes y niños que reciben agua azucarada o jugos de fruta a la hora de acostarse desarrollen un tipo de caries dental que afecta a los dientes anteriores superiores y, a veces, posteriores inferiores.

NO DAR AGUA AL NIÑO CON FRECUENCIA

El lactante presenta muy elevados requerimientos de agua por kilogramo de peso corporal, debido a que el espesor cutáneo es menor, con lo cual son mayores las pérdidas por transpiración. El bebé no ha desarrollado totalmente la capacidad de producir orina concentrada, por lo que necesita más cantidad de agua para disolver las sustancias que se eliminan por orina que en el caso del adulto.
El agua que necesita el lactante procede de la que contiene la leche materna o el biberón. Sin embargo, cuando se dan otras circunstancias como elevada temperatura ambiental, exceso de calefacción, fiebre, diarrea, si la comida está muy espesa, etc.; hay que suministrar agua como tal, para no correr riesgo de deshidratación. Acostumbre al niño a beber agua sola, sin azúcar, o zumo de fruta sin azucarar.